Cada una de estas especies es parte de un entramado vivo que sostiene la identidad ecológica de Guatavita. Conservarlas significa cuidar el alma vegetal del territorio, esa red silenciosa que respira bajo nuestros pies y mantiene el ciclo de la vida en equilibrio.
La vegetación que rodea a La Puerta del Cielo Guatavita pertenece al ecosistema altoandino, donde la tierra, la niebla y el agua se unen para dar vida a una gran diversidad de especies nativas. En estas montañas crecen árboles como el encenillo, el aliso, el arrayán y el cucharo, que protegen los suelos y ofrecen refugio a aves y mamíferos locales.
Entre los arbustos y matorrales aparecen especies como el chité, el chilco y el tuno, que florecen entre los 2.600 y 3.200 metros de altitud, atrayendo polinizadores y manteniendo el equilibrio natural del bosque. Más arriba, los pajonales de Calamagrostis forman una transición hacia los páramos, donde cada planta cumple un papel esencial en la captación del agua y la regeneración del paisaje.
La alta montaña de Guatavita, Cundinamarca, se encuentra entre los 2.800 y 3.200 metros sobre el nivel del mar, con un clima frío y húmedo típico del bosque altoandino.
El frailejón (Espeletia spp.) es una planta nativa de los páramos andinos de Colombia, especialmente presente en regiones como Guatavita, Chingaza y Sumapaz, entre los 2.800 y 4.500 metros de altitud.
Tiene un tallo erguido cubierto de hojas alargadas y aterciopeladas de tono plateado, que crecen en espiral formando una roseta. Sus flores amarillas, semejantes a pequeños girasoles, se abren bajo el frío intenso de la montaña.
El frailejón cumple una función vital en el ecosistema: captura la humedad del aire y la libera lentamente al suelo, alimentando manantiales y quebradas que dan origen a los ríos andinos. Crece lentamente y puede vivir varias décadas, resistiendo condiciones extremas de radiación y temperatura.
Símbolo del páramo colombiano, representa la resiliencia de la vida en las alturas y la importancia de conservar los ecosistemas que sostienen el equilibrio hídrico de toda la región.
El encenillo (Weinmannia tomentosa) es un árbol nativo de los bosques altoandinos de Colombia, frecuente en las montañas de Guatavita, Chingaza y la Sabana de Bogotá, entre los 2.400 y 3.400 metros de altitud.
Posee un tronco recto cubierto por corteza rojiza y hojas pequeñas de color verde oscuro en el haz y blanquecinas en el envés. Sus flores son diminutas y blanquecinas, agrupadas en racimos que atraen insectos polinizadores, mientras que sus semillas ligeras se dispersan fácilmente con el viento.
El encenillo cumple un papel fundamental en la protección de suelos y regulación hídrica, ayudando a conservar la humedad en los bosques de niebla. Además, ofrece refugio y alimento a aves e invertebrados propios de la región.
Considerado una especie emblemática del altiplano cundiboyacense, representa la fortaleza y equilibrio de los ecosistemas andinos, donde la vida depende del delicado vínculo entre la vegetación nativa y el agua.
La Uva Camarona (Macleania rupestris) es un arbusto nativo de los bosques altoandinos y subpáramos de Colombia, muy presente en Guatavita, Chingaza, Sumapaz y otras zonas frías de la cordillera Oriental, entre los 2.000 y 3.500 metros de altitud.
Alcanza entre 1 y 3 metros de altura, con hojas coriáceas, ovaladas y brillantes, de color verde intenso. Produce flores colgantes de tonos rojizos o rosados, con forma de campana o tubo, que atraen colibríes y abejas nativas. Posteriormente da frutos redondos y azulados, similares a una mora o arándano, dulces y comestibles, ricos en antioxidantes.
La Uva Camarona crece en bordes de bosque, matorrales húmedos y laderas, ayudando a conservar la humedad del suelo y estabilizar los ecosistemas de montaña. Es una especie pionera y clave para la fauna altoandina, ya que ofrece alimento durante todo el año y favorece la dispersión natural de semillas.
Por su belleza, su fruto y su función ecológica, la Uva Camarona representa la abundancia silenciosa de los páramos y bosques nublados, recordando cómo la vida florece discretamente en los paisajes fríos y neblinosos de Guatavita, donde cada especie cumple un papel vital en el equilibrio del agua, la tierra y la biodiversidad.
El Cucharo (Myrsine guianensis) es un árbol nativo de los bosques andinos de Colombia, común en zonas de transición entre el bosque altoandino y el páramo, como las montañas de Guatavita, Chingaza y Sumapaz, entre los 2.400 y 3.500 metros de altitud.
Posee un tronco delgado y recto, con corteza grisácea y hojas simples, brillantes y de borde entero, dispuestas de forma alterna. En época de floración produce pequeñas flores blancas o rosadas, seguidas de frutos redondos de color púrpura oscuro, muy apetecidos por aves y mamíferos, que ayudan a dispersar sus semillas.
El Cucharo cumple un papel clave en la regeneración natural de los bosques: protege el suelo de la erosión, facilita la retención de humedad y crea condiciones adecuadas para el crecimiento de otras especies nativas. Su madera, aunque ligera, es resistente y ha sido usada tradicionalmente en construcciones rurales y artesanías.
En el paisaje, el Cucharo representa la conexión viva entre el bosque y el páramo, actuando como puente ecológico y refugio para la fauna. Su presencia indica la salud del ecosistema altoandino y recuerda la necesidad de preservar los corredores biológicos que sostienen el equilibrio del agua y la vida en las montañas de Cundinamarca.
El Aliso (Alnus acuminata) es un árbol nativo de los bosques altoandinos de Colombia, presente en regiones como Guatavita, Chingaza y la cuenca del río Bogotá, entre los 2.000 y 3.400 metros de altitud.
Alcanza hasta 25 metros de altura, con un tronco recto de corteza grisácea que se agrieta con la edad. Sus hojas son anchas, de borde aserrado y color verde intenso, y sus flores forman conos pequeños (amentilados) que liberan semillas ligeras, fácilmente transportadas por el viento y el agua.
El Aliso tiene una importante función ecológica: fija nitrógeno atmosférico en el suelo gracias a su asociación con bacterias del género Frankia, lo que mejora la fertilidad y favorece el crecimiento de otras especies nativas. Por eso se considera una especie pionera ideal para restauración de cuencas, control de erosión y reforestación en laderas.
Sus raíces fuertes estabilizan los suelos y sus hojas, al descomponerse, enriquecen la tierra. Además, ofrece sombra y refugio a aves e insectos polinizadores, contribuyendo a la biodiversidad.
El Aliso simboliza la renovación y equilibrio de los ecosistemas andinos: un árbol protector que devuelve vida a los suelos empobrecidos y fortalece la resiliencia natural de los paisajes de montaña.
El Sangregado (Croton magdalenensis) es un árbol nativo de los bosques andinos y subandinos de Colombia, común en regiones como Guatavita, Cundinamarca y la cuenca alta del río Magdalena, entre los 1.800 y 3.000 metros de altitud.
Su nombre proviene de la savia rojiza que brota al cortar su corteza, semejante a la sangre, de la cual se deriva su valor medicinal tradicional. Puede alcanzar entre 8 y 15 metros de altura, con un tronco liso y hojas grandes, ovaladas y brillantes, que desprenden un aroma resinoso al frotarlas.
El Sangregado cumple un papel importante en la restauración ecológica, pues crece rápido, se adapta a suelos erosionados y favorece la recuperación del bosque nativo. Su copa frondosa brinda sombra, refugio y alimento a diversas aves, insectos y mamíferos pequeños.
Tradicionalmente, su resina se ha utilizado en medicina natural por sus propiedades cicatrizantes, antiinflamatorias y antibacterianas, conocida popularmente como “sangre de drago”.
En el paisaje andino, el Sangregado representa la fuerza curativa de la naturaleza, un símbolo de regeneración que sana tanto el suelo como los ecosistemas y la memoria ancestral de quienes aún reconocen en los árboles una fuente de vida y medicina.
El Siete Cueros Nazareno (Tibouchina lepidota) es un arbusto o árbol pequeño nativo de los bosques altoandinos de Colombia, muy característico de regiones como Guatavita, la Sabana de Bogotá, Chingaza y los Andes orientales, donde crece entre los 1.800 y 3.200 metros de altitud.
Puede alcanzar entre 3 y 8 metros de altura, con un follaje denso y hojas aterciopeladas de tono verde oscuro en el haz y más claras en el envés. Durante gran parte del año, el Siete Cueros se cubre de flores grandes de color violeta intenso o púrpura nazareno, que lo convierten en una de las especies más llamativas del paisaje andino.
Su nombre común proviene de la textura gruesa y resistente de sus hojas, dispuestas en varios estratos, como si tuviera “siete cueros”. Estas hojas ayudan a reducir la pérdida de agua y protegen la planta del frío y la radiación solar de altura.
El Siete Cueros cumple un papel ecológico importante: atrae polinizadores como abejas, colibríes y mariposas, y contribuye a la recuperación de suelos degradados, al ser una especie pionera de crecimiento rápido.
Símbolo de belleza y resiliencia de los bosques nublados, el Siete Cueros Nazareno ilumina con su color intenso los paisajes de montaña, recordando la capacidad de la naturaleza para florecer aún en los climas más fríos y exigentes.
El Amarrabollos (Hesperomeles goudotiana) es un árbol nativo de los bosques altoandinos de Colombia, común en zonas húmedas y frescas de Guatavita, Cundinamarca, Boyacá y la región de Chingaza, entre los 2.400 y 3.400 metros de altitud.
Alcanza entre 6 y 12 metros de altura, con un tronco delgado y ramas extendidas que forman una copa densa. Sus hojas son coriáceas, de color verde brillante y borde aserrado, y en época de floración produce racimos de flores blancas pequeñas que más tarde se transforman en frutos redondos y rojos, muy atractivos para aves y mamíferos silvestres.
El Amarrabollos es una especie clave en la regeneración de los bosques nublados, pues tolera suelos pobres y pendientes pronunciadas, ayudando a controlar la erosión y mantener la humedad del suelo. Sus raíces fuertes estabilizan el terreno y su follaje crea microclimas favorables para otras especies nativas.
Sus frutos comestibles han tenido uso tradicional en comunidades rurales, y su madera, aunque no muy dura, se utiliza para herramientas, cercas y leña.
En el ecosistema altoandino, el Amarrabollos representa la resiliencia y la interconexión entre suelo, agua y vida silvestre. Es una de las especies más valiosas para proyectos de restauración ecológica y para mantener viva la estructura natural del paisaje de Guatavita.
El Ayuelo Morado (Vallea stipularis) es un árbol nativo de los bosques andinos y altoandinos de Colombia, presente en regiones como Guatavita, Chingaza, Cundinamarca, Boyacá y Nariño, entre los 2.000 y 3.400 metros de altitud.
Llega a medir entre 6 y 12 metros de altura, con un tronco recto, corteza gris oscura y hojas grandes, acorazonadas, de color verde brillante por encima y pálidas por debajo. Lo más distintivo del Ayuelo Morado son sus flores rosadas o fucsias intensas, agrupadas en racimos que contrastan con el follaje y atraen gran cantidad de abejas, mariposas y colibríes.
Produce frutos secos y pequeños que sirven de alimento a aves, dispersando sus semillas y contribuyendo a la regeneración natural del bosque. Es una especie pionera, capaz de establecerse en suelos degradados y estabilizar laderas, por lo que se usa ampliamente en programas de reforestación y restauración ecológica.
El Ayuelo Morado representa la vitalidad y color de los bosques nublados andinos. Su floración abundante ilumina los paisajes fríos de montaña y simboliza la capacidad de la naturaleza de renacer y embellecer incluso los suelos más empobrecidos, sosteniendo la biodiversidad que da vida a las cuencas altas de Guatavita y los Andes orientales.
El Calistemo (Callistemon citrinus), conocido también como “plumero rojo” o “cepillo australiano”, es un arbusto ornamental originario de Australia, introducido en Colombia y adaptado con éxito a los climas templados y fríos de la cordillera andina, incluyendo zonas como Guatavita, Sopó y La Calera, entre los 2.000 y 2.800 metros de altitud.
Alcanza entre 2 y 5 metros de altura, con ramas delgadas, hojas alargadas de tono verde grisáceo y un aroma cítrico cuando se frotan. Su principal atractivo son sus inflorescencias en forma de cepillo, formadas por largos estambres rojos o rosados que sobresalen del tallo, dándole su aspecto característico.
Aunque no es una especie nativa, el Calistemo se ha convertido en una planta valiosa para jardinería ecológica, ya que atrae abejas, colibríes y mariposas, ayudando a la polinización y aportando color a jardines y corredores biológicos. Es resistente a la sequía, de bajo mantenimiento y soporta bien los vientos fríos de la montaña.
Por su porte elegante y su floración vistosa casi permanente, el Calistemo representa la armonía entre belleza y funcionalidad en el paisaje andino: un ejemplo de cómo especies foráneas, manejadas con criterio ecológico, pueden complementar la vegetación nativa sin desplazarla, enriqueciendo la estética natural de lugares como Guatavita.
El Eugenia (Eugenia myrtifolia o Eugenia uniflora, según la especie) es un árbol o arbusto de la familia de las mirtáceas, originario de América tropical y subtropical, presente tanto en forma nativa (en regiones del piedemonte andino colombiano) como introducida en zonas de clima templado y frío, como Guatavita, Sopó y Subachoque, entre los 1.800 y 2.800 metros de altitud.
Puede alcanzar de 3 a 10 metros de altura, con hojas pequeñas, brillantes, de textura coriácea y aroma característico al estrujarlas, similar al del clavo o el eucalipto, por su alto contenido en aceites esenciales. Sus flores blancas, finas y numerosas atraen abejas y otros polinizadores, mientras que sus frutos rojos o morados —pequeñas bayas comestibles— sirven de alimento para aves y fauna local.
El género Eugenia se valora tanto por su uso ornamental (formación de cercas vivas y setos) como por su potencial ecológico: ofrece refugio, alimento y diversidad estructural en bordes de bosque y jardines naturalizados. Además, algunas especies tienen propiedades medicinales y su madera se usa en pequeñas construcciones rurales.
En el paisaje de montaña, la Eugenia aporta textura, aroma y equilibrio visual, adaptándose bien al entorno de Guatavita y conviviendo con especies nativas como el cucharo o el amarrabollos. Es un símbolo de sutileza y resiliencia vegetal, capaz de florecer discretamente mientras sostiene la vida de insectos y aves en los ecosistemas altoandinos.
El Jazmín (Jasminum officinale) es una planta trepadora o arbustiva originaria de Asia, ampliamente cultivada en Colombia por su fragancia intensa y su valor ornamental. Aunque no es nativa de los Andes, se adapta muy bien a los climas templados y fríos de regiones como Guatavita, La Calera y Sopó, entre los 1.800 y 2.800 metros de altitud.
Sus tallos delgados y flexibles pueden alcanzar más de 5 metros de longitud, cubriendo pérgolas, cercas o muros. Sus hojas son compuestas, de color verde intenso, y sus flores blancas, pequeñas y estrelladas, despiden un aroma dulce y penetrante, especialmente al atardecer y en las noches frescas.
El Jazmín atrae abejas, mariposas y polillas nocturnas, contribuyendo a la polinización en jardines y espacios naturales. Prefiere suelos bien drenados, exposición solar parcial y riegos moderados, siendo ideal para proyectos paisajísticos donde se busca belleza sensorial y conexión con la naturaleza.
Aunque no pertenece a la flora nativa andina, el Jazmín se integra armónicamente en entornos rurales y montañosos, aportando suavidad visual, perfume y serenidad. En un lugar como Guatavita, evoca la pureza y calma del ambiente natural, recordando el poder de la fragancia para despertar emociones y realzar la experiencia del paisaje.
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